LO QUE MÁS LE GUSTA DE SU NUEVO 'HOGAR DE VERANO' ES PODER ABRIR Y CERRAR PUERTAS. ASÍ SE ENTRETIENE MUCHO MÁS QUE VIENDO DIBUJOS ANIMADOS EN EL CANAL 'DISNEY'. A LO MEJOR ES PORQUE TODAVÍA NO ENTIENDE EL IDIOMA. DE MOMENTO, SÓLO SABE DECIR 'HOLA', 'SÍ', 'DÉJALO' (CUANDO NO QUIERE ALGO),'SOFI' (EL NOMBRE DE SU MADRE DE ACOGIDA), 'PAN', 'AGUA' Y 'ADIÓS'.
Se comunica con gestos y, sobre todo, con su mirada. Unos enormes ojos casi negros que traen la impronta del desierto y no paran nunca de transmitir sentimientos. Ahora, desvelan asombro y desconfianza, sobre todo cuando llega gente desconocida a casa (en este caso, el fotógrafo y la periodista). Esa misma mirada de sorpresa y temor fue la que traía puesta cuando se bajó del avión el pasado domingo.
En cuanto vio a su 'familia pacense', le dio la mano a su madre de acogida y no se la ha vuelto a soltar. La sigue a todas partes. Si están comiendo en el salón y ella se levanta un momento para ir a buscar algo olvidado en la cocina, él suelta enseguida el tenedor y corre detrás de ella. Y también duerme en su cama (a la que le tiene que poner un tope para que no se caiga, está acostumbrado a pasar la noche a ras de suelo). No quiere perderla de vista.
«Ellos buscan siempre un referente», explica la madre de acogida, Sofia Cano, 'Sofi', de 51 años y madre de tres jóvenes de 30, 24 y 22. Fue una amiga quien le animó a que colaborara con la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui. Éste es el cuarto verano que tiene en su casa a un niño del Sahara (los tres anteriores trajo a una niña que esta vez no ha podido venir). Pero él, con unos seis añitos -«no se sabe exactamente la edad»-, es la primera vez que sale de los campamentos de Tinduf.
Se llama El Mami Naama Daha y te da un beso si se lo pides, aunque ponga cara de no se fiarse del todo. Hace apenas una semana que está en Badajoz. Es uno de los 289 niños saharauis que pasaran este verano en Extremadura.
«Como él se llama Mami, a mi me dice Sofi, para que no se líe». Los pequeños se adaptan enseguida, «aunque los primeros días suelen llorar».
Cuando lo recogieron, él les regaló una sonrisa enseguida. «Pensamos qué podría gustarle más y lo llevamos al McDonald porque allí, además, hay una zona de juego. Estuvo muy bien porque estos niños son muy sociables y respetuosos: no empujan, no pasan delante... Todo iba fantántisco, pero después nos vinimos a casa, le encendimos la 'Play' para que jugara y se puso a llorar». La madre de Sofi, Francisca, la abuela de acogida, que tiene 80 años y vive con ella, intentó consolarlo y terminó llorando con él. «Estuvo un buen rato así y diciendo cosas en su idioma. Llamamos al coordinador de aquí, que es saharaui, para que nos ayudara y nos explicó que el niño estaba expresando que muchas gracias por todo pero que él se quería volver con su familia. Después se le pasó. Lo acostamos sobre las diez y media y estuvo dormidito sin dar ni pizca de lata hasta las doce de la mañana», cuenta Sofi emocionada.
El pequeño Mami la mira con mucho interés. Lo observa todo con sus curiosos ojos y se le escapa una sonrisa cuando ella le dice cosas bonitas. «La clave es hablarle con mucho cariño, crear un clima de confianza».
«Aprende muy rápido. Yo le voy explicando todo lo que hago para que se le queden las palabras. Por ejemplo, si le doy un trozo de pan, le digo: 'pan'. Él la repite con esa voz tan dulce que tiene. Y se le queda enseguida. Al final se van de aquí defendiéndose bastante bien y hasta con acento extremeño».
De todas formas, el de los signos es siempre el lenguaje más resolutivo. Sofi cuenta una anécdota: «El otro día tuve que ir a una comida y el niño se vino conmigo porque mis hijas no estaban. Se portó muy bien y comió también bien. Pero llegó un momento en que ya quiso irse. Entonces me llamó con el dedo y pronunció: 'tun, tun', a la vez que movía las manos como si llevara un volante. Estos pequeños agudizan el ingenio».
Ese día a Mami le gustó lo que le pusieron en el almuerzo, pero el pescado, por ejemplo, todavía no lo tolera. «Me lo llevé a una gran superficie y él fue señalando las cosas que quería: salchichas, hamburguesas, yogures... Todavía es pequeño para diferenciar qué es carne de cerdo (en su religión, la musulmana, la tienen prohibida). Otro día abrió el frigorífico y señaló los huevos. Se tiene que acostumbrar al sabor de la leche, por ejemplo, porque allí la beben de cabra. O al aceite, allí lo que usan es una grasa animal». Lo que sí tiene claro es que la Coca-cola no le gusta. Lo dice con el dedo cuando se la ofrecen. El arroz, las patatas, la ensalada, la pasta y el ketchup le encantan. «Cuando se vaya, habrá engordado mínimo dos kilos».
Con los cubiertos se maneja más o menos, a veces se ayuda con las manos. Y siempre colabora a la hora de poner la mesa.
Otro de los 'misterios' para Mami es el cuarto de baño: «El grifo le llama mucho la atención, pero rápidamente ha aprendido cómo se usa. Al igual que el inodoro. Y como es pequeñito, lo ducho yo», explica. «Pero se viste él solito», apunta orgullosa.
Su mochila, su tesoro.
El pequeño traía una mochila con sus pertenencias. No se separa de ella. Todo lo que él considera importante lo guarda ahí. Como su nueva gorra, de la que tampoco se despega. A veces, come con ella puesta.
También venía con regalos para su 'familia pacense': una alfombra y una pulsera. Y una cartilla en la que está apuntado un número para hablar con su madre. Nada más llegar la llamó. «Ahora, cada vez que suena el teléfono, él corre a descolgarlo por si es ella. Normalmente habla con su gente todas las semanas».
Sofi admite que lo mimará, «pero es tan bueno que no pide nada». Seguramente, le compre una bici. Y en breve se van de vacaciones a la playa. «El mar le gustará, pero la piscina le dejará con la boca abierta».
Cuando se le pregunta a la madre de acogida si no cree que es perjudicial para el niño que pase dos meses en el 'paraíso', responde convencida: «Es como cuando vas a un hotel precioso y estás allí bien un día, dos, tres... llega un momento en que piensas que aunque tu casa no sea de lujo, la prefieres. Eso les pasa a ellos. Se van contentos porque vuelven con su familia».
«Cuando se marchan les damos un dinero con el que pueden adquirir, por ejemplo, una cabra. O les compramos lo que pidan: una olla exprés, un reloj... Algo solucionamos». Y Mami le dejará el recuerdo de su sonrisa y un cariño infinito. «La experiencia es tan gratificante que no veo nada negativo», asegura. Tiene claro que, al final, ella es la que sale ganando.
Fuente: HOY.ES
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